martes, 12 de junio de 2007

AGUSTIN EL CANTAÓ por Juan Rondón


AGUSTÍN EL CANTAÓ: RECUERDOS Y ESBOZOS PARA UNA
PROPUESTA EN SU CENTENARIO.
Juan Rondón Rodríguez



Estaría próximo a cumplir el siglo, si aún viviera. Pero va para cuarenta años que Agustín
González, el Cantaó, ofrendó la raíz de su vida y el prodigio de su voz a la tierra de sus apegos.
Muy recientemente su paisano Jerónimo Sánchez Blanco, en un magnífico libro, ha evocado
su figura para deleite de los convecinos, evidenciando que el recuerdo de aquel campesino cantaor perdura y pervive en el sentir colectivo de su Tesorillo natal, “...en la memoria de quienes todos los Viernes Santo caminan detrás del Cristo de la Buena Muerte, su voz continúa oyéndose en las noches deluna y azahar, en el cantar de las saetas”.1
Yo no alcancé a conocerlo, pero lo que sé de él me lleva a considerarlo uno de esos
sugestivos exponentes de personalidad arraigada en los sustratos emotivos y vitales de la tierra
que le vio nacer; un ejemplo palpable de esos seres que se afanaban en las mismas entrañas de
aquella tierra pródiga y prometida que avivaron los Larios y que, a finales del siglo XIX, como voz del paraíso, convocó a sus abuelos al sagrado conjuro del sustento.2 Y, en definitiva, siempre lo percibí como uno de aquellos hombres altivos, forjado a golpes de azada en los surcos de la tierra que le dotó de grito y llanto y de la irremediable necesidad de cantarlos.
La expresión del grito rebelde y callado: he ahí su verdad y la gran verdad de su cante.
Siendo muy joven, tal vez niño aún, sintió que la voz quebrada del quejío pugnaba por
abrasarle los adentros. Y la dejó brotar, telúrica y libre, como las simientes, tras haberla acuñado y ajustado con los amigos en las frecuentes reuniones de café y otros locales de su pueblo. Su
nombre empieza, poco a poco, a ser conocido en los ambientes flamencos, y los aficionados hablan y no paran de sus innatas facultades para decir el cante y se deshacen en elogios ante las
sorprendentes cualidades de su voz portentosa, brillante y bien timbrada, encumbrada en aquellas tesituras que tanto cautivaban a los públicos por los años veinte y treinta del pasado siglo.
Inmerso siempre en su raigambre lugareña y en el afecto de sus paisanos, al principio sus
ausencias esporádicas por mor del cante tienen como destino los muchos ámbitos flamencos del
entorno geográfico más próximo, donde se le empieza a requerir cada vez con más insistencia. La Línea, Algeciras, San Roque, Manilva, Casares, Gaucín, Guadiaro, Jimena y el propio Tesorillo son algunos de esos lugares donde empieza a prodigarse al lado de reconocidos artistas de la zona, o vinculados a ella: Corruco de Algeciras, Choclero, Juan de la Loma, Antonio El Chaqueta, El Terry, El Orce, Cristobilla, los Jarritos, Chururú, Chato Méndez...


Pero su universo cantaor se expande y son otros lugares y otros públicos los que le
reclaman y solicitan. Así, en 1927 (con 19 años) canta junto a Niño de la Rosafina, de Casares, en el café cantante “El Tronío”, de la calle Sierpes sevillana. Poco tiempo después protagoniza con otros artistas una gira flamenca por los pueblos de la Serranía de Ronda, y en 1931 tiene lugar la que quizás fuese la actuación más importante de su trayectoria artística en el conocidísimo Café de Chinitas, de Málaga, verdadero santuario del flamenco en sus muchos años de existencia y cuyo escenario volvería a pisar unos cinco años después.

En 1933 canta en la Plaza de Toros de Alcalá de los Gazules, anunciándosele como «Agustín González, “El Niño de San Martín”, el cantaor de la voz de oro», y poco después inicia una gira flamenca por el norte de África, junto a otros conocidos intérpretes. Ya en los años duros de la postguerra, tiempos de hambre y carencias, tuvo ocasión de cantar varias veces más en diversos locales de la capital andaluza: el Cortijo El Guajiro, La Campana y el Patio Andaluz (en la plaza del Duque). Lógicamente, en este discurrir artístico, Agustín tuvo ocasión de conocer, relacionarse y actuar al lado de grandes creadores, forjadores e intérpretes de este arte: Niño de Marchena, El Carbonerillo3, Niño de la Huerta4, Fregenal, Palanca, El Pinto, Pena (hijo), Vallejo..., lo que evidencia y confirma la indudable prestancia cantaora del tesorillero. Con ellos y entre ellos, sus malagueñas, granaínas, milongas, saetas y fandangos cobraban el marchamo de autenticidad que los buenos aficionados demandaban y degustaban.


A pesar de todo lo dicho, Agustín el Cantaó no cruzó decididamente la sutil frontera que le
separaba del profesionalismo flamenco y tal vez –deduzco- por las vinculaciones afectivas con su
patria chica, su familia y sus paisanos, no acometió mayores aventuras artísticas que debían, o
podían, suponer un definitivo o, al menos, prolongado alejamiento de los mismos si bien, como
queda dicho, no careciera de méritos y posibilidades. Esa decisión autocomplaciente, sin duda
respetable, colmó su vida, pero lamentablemente y por ejemplo privó a los buenos aficionados de
la oportunidad única de poder disfrutar hoy en día con las audiciones de sus grabaciones
discográficas.
Lo que confirman estos rasgos biográficos y artísticos que anteceden, escuetos por la
intención y el destino de este trabajo –parte de los mismos ya exhumé en el verano de 1991 para impulsar y apoyar la petición de homenaje y la rotulación de una calle en su honor 5- es que
Agustín González, de San Martín del Tesorillo, proyectó el nombre de su pueblo por muchos
rincones de la geografía andaluza, hasta el punto de que en los ambientes flamencos el topónimo
está ineludible y unánimemente unido e identificado con el cantaor. Ese mérito le corresponde por derecho propio y, como tal, hay que reconocerlo y reconocérselo. Y a ello quieren contribuir estas modestas líneas.
Me parece buen momento -la feria de su pueblo- y buen lugar -este programa de festejos para
retomar aquella iniciativa ya mencionada del año 1991 que no llegó a concretarse y
culminarse como debiera; considero extraordinario estímulo la reciente evocación de Sánchez
Blanco, a la que ya me referí, que evidencia la presencia viva y permanente de Agustín entre sus
paisanos; pero, sobre todo, y porque en el próximo febrero se cumplen 100 años de su nacimiento, creo llegado el preciso momento para que, en justicia, los tesorilleros y las tesorilleras, sus gentes, y los representantes municipales lo reivindiquen, lo rememoren y le tributen el reconocimiento, el afecto y la admiración que merece, promoviendo la rotulación de una calle o una plaza de San Martín del Tesorillo en su honor.
Sería el justo y leal testimonio de respeto y admiración de todo un pueblo, de su pueblo, en
una actitud compartida de vivificación de su memoria; supondría la reafirmación y perpetuación
del recuerdo de un buen hombre de condición campesina que supo y quiso expresarse en el
mágico y enigmático lenguaje del cante y que enarboló con orgullo, por donde pasó, la bandera de sus raíces; vendría a ser, en definitiva, el mejor tributo para saldar la deuda de reconocimiento y agradecimiento que sobrevuela por entre los naranjales y por los sentires de sus paisanos. Esa deuda que aún mantenemos con Agustín González, Niño del Tesorillo, que estaría próximo a cumplir el siglo, si aún viviera, y que va para cuarenta años que se dio definitivamente a la tierra de sus apegos.


1 Jerónimo Sánchez Blanco. “Historia de San Martín del Tesorillo en la España contemporánea”. El Autor. 2007
2 Fueron muchísimas las familias de la provincia malagueña que arribaron a este lugar atraídos por el esplendor agrícola que
promovieron los Larios. Así ocurrió en el caso de Agustín el Cantaó: sus abuelos paternos eran de Manilva, los maternos de
Macharavialla, y sus padres el uno de Manilva y la otra de Cómpeta. ¿Es de extrañar que el cante malagueño le fuese tan
significativamente familiar?
3 Desgraciadamente Manuel Vega García “El Carbonerillo”, de Sevilla, murió muy joven, aunque nos legó una interesante
discografía donde se aprecia su arte. Sobresalió en la interpretación de los fandangos personales, estando considerado un gran
creador por este estilo. En 1935 protagonizó con Agustín un brillante mano a mano en un café de Ubrique (Cádiz), para el que
fueron contratados durante una semana. El de Tesorillo cantaba con frecuencia un fandango de aquél:
Mi jaca de muerte hería
una ronda la alcanzaba;
por salvarme galopaba
murió salvando mi vía,
yo por la suya lloraba.


4 Otro ejemplo, como el de Agustín, de trabajador de la tierra que exhibió grandes cualidades para el cante. Francisco
Montoya Egea, conocido por Niño de la Huerta por su trabajo de juventud, se consagró popularmente al grabar aquella
famosa milonga “La romería loreña”, que le inmortalizó, aunque acometía con éxito otros estilos. Precisamente, recreando
este cante soberanamente popular, cantaba Agustín su “Romería de la Almoraima”, con la lógica reelaboración de la copla
literaria original.


5 Se hizo eco el diario “Europa Sur”, en su edición del domingo 28 de julio de 1991.


NOTA DE TIOJIMENO:

Este artículo de Juan Rondón ha sido publicado en el programa de la reciente Feria de Tesorillo , pero por motivos que desconocemos no iba firmado. Hemos descubierto que era de Juan y con su permiso y bajo su firma, así lo publicamos en TIOJIMENODIGITAL

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fenomenal trabajo, lastima que tu nombre no haya salido publicado en el libreto de Feria.La verdad que la imprenta ha cometido muchos errores y ese ha sido uno-Felicidades. Pacurro

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