sábado, 31 de marzo de 2007

PUBLICADO AYER EN EL PERIODICO EL MUNDO


Pueblos blancos en un campo verde y amarillo

Este destino mítico, de bellas poblaciones que dulcifican un paisaje de bosque y roca, encandiló a escritores y viajeros románticos


Tenía todos los ingredientes para convertirse en un destino mítico: tradición de contrabandistas, una plaza de toros como no hay dos, serranías agrestes por las que merodeaban los bandoleros, recios palacios en la zona noble y una arquitectura popular en los barrios modestos, una ciudad partida en dos por un tajo abierto en la roca, un rasgueo de guitarra que resuena en las calles...
Los viajeros románticos se encandilaron con Ronda, y sólo nos queda alabarles el gusto. Los escritores que les siguieron dejaron rastro de su paso en sus obras, y todavía se venera el recuerdo de James Joyce, Rainer María Rilke y tantos otros.
ALREDEDORES. La serranía en primavera se viste de flores amarillas. De las rutas que salen de Ronda, pocas como la del valle del Genal, con sus historias negras de bandoleros y pueblos blancos rodeados de un verde tupido. Los nombres también juegan con los colores: a un lado queda la sierra Bermeja, al otro, la Blanquilla.
Si se empieza el viaje por Igualeja se llega a la cuna de uno de los bandoleros más famosos, Francisco Flores Arocha. La ruta continúa por pueblos de nombres sonoros e irrepetibles: Pujerra, Parauta, Cartajima, Júzcar, Faraján y Alpendeire. A su paso salen castillos medievales, torres mudéjares, dólmenes prehistóricos. Al alrededor, peñascos agrestes, alcornocales y castañares.
Esta parte del Alto Genal es la más sobria y recogida. Desde Atajate, todo cambia, y al seguir río abajo el mundo parece que se dulcifica. La carretera mejora, y así ha sido siempre, porque sigue un paso histórico, una de las vías tradicionales para adentrarse en el interior de la Península. Según la leyenda, al ser vía de paso, era lugar de negocio de salteadores de caminos.
La imagen se repite con variaciones de detalle: pueblos blancos, de casas pegadas unas a otras, paredes encaladas y tejados rojos que rodean muchas torres barrocas y algunas árabes. Éstas últimas nos recuerdan el origen de estos pueblos, cuyos nombres también tienen un patrón común, porque se llaman Benadalid, Benalauría, Algatocín o Benarrabá. Todos conservan iglesias, muchas de ellas barrocas, que dan un punto de belleza a un paisaje de bosque y roca. En Gaucín hay que subir al castillo para ver el pueblo. Hay que elegir entre dos caminos: o se sigue hacia Jimena de la Frontera y luego a Algeciras; o se cruza la sierra y se llega a Casares antes de descender a la costa.
Articulo publicado a yer en el Suplemento de Viajes del periodico EL MUNDO :

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