Naranjos puestos a dieta... de agua
Si no hay sequía, pues nos la inventamos y que pase sed, la justa, pero que la pase, a ver si se amolda y nos ahorra agua, que poca hay y menos va a haber. Eso sí: que ni se pierdan naranjas, ni queden mermadas sus calidades.
Cruzó esta estrategia por el pensamiento de José Luis Muriel, científico del Instituto Andaluz de Investigación y Formación Agraria (Ifapa), y sometió a los naranjos, en fincas experimentales de Brenes (Sevilla) y Palma del Río (en Córdoba), a una dieta controlada, no de comida, sino de agua. Es decir, diseñó cuándo aplicarla más o menos tras haber evaluado las necesidades hídricas reales del árbol durante la floración y las etapas de crecimiento y maduración del fruto, la naranja.
¿Y no grita el naranjo? "No", responde Muriel, pues, comenta, a través de biosensores se toma su pulso hídrico en la hoja -más agua cuanto más calor hace, a mediodía-, en el diámetro del tronco -éste se contrae al reducirse la humedad, como ocurre con la madera-, en el flujo de la savia -si hay más o menos velocidad- y en el suelo.
Se trata, por tanto, de orquestar "un modelo de circulación hídrica" que, al ejecutarlo en su justa medida -ahora más agua, después menos- conlleve una reducción en las dotaciones. Raciones de agua.
La investigación, que se coordina desde el centro del Ifapa -este organismo está adscrito a la Consejería de Innovación, Ciencia y Empresa- de Las Torres, ubicado en el municipio sevillano de Alcalá del Río, tuvo su estreno durante la campaña citrícola 2004/05 y, aunque aún le queda otra para concluir, algunos resultados provisionales sí cabe aportar.
Así, se ha comprobado que la sed no trae secuelas. Tras recortar un 25 por ciento el riego durante las fases de floración, cuajado (la flor ya está inseminada) y crecimiento del fruto y el 50 por ciento en el tiempo de maduración, la cosecha final "mantiene unos rendimientos similares a los registrados cuando eran cubiertas las máximas necesidades hídricas [en torno a los 50.000 kilos por hectárea]", según detalla el investigador Muriel, que coordina en el Ifapa el Área de Recursos Naturales y Producción Ecológica.
Y estos porcentajes, ¿qué significan? Hablando en plata, un ahorro de agua del 33 por ciento, que equivale a mil hectómetros cúbicos por hectárea. Sería posible, pues, regar con 2.000 metros cúbicos por hectárea -no se tienen en cuenta, lógicamente, las lluvias, que para la zona estudiada, las tierras del Valle del Guadalquivir, oscilaron durante los ensayos entre los 100 y 200 milímetros anuales-.
Mil metros cúbicos de ahorro, ¿es mucho o poco? Si se tiene en cuenta que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir ha autorizado una dotación para esta campaña de entre 1.000 y 1.500 metros cúbicos, habla por si sola la comparación
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